En el cáncer cérvico uterino el objetivo principal de la educación para la salud es incrementar la utilización de los servicios de salud para la vacunación, detección, diagnóstico, tratamiento y control, de acuerdo con los criterios establecidos en la normatividad del programa.
En ninguna parte del mundo, la sola existencia de servicios de prevención del cáncer garantiza su uso, por lo que deben promoverse activamente en la población blanco e identificar las barreras para la no utilización, como puede ser el temor de las mujeres a ser estigmatizadas o el trato poco cordial del personal de salud.
Es común que el personal de salud, se queje de que las mujeres no acuden a los servicios por pudor o aspectos culturales, pero también es cierto que las mujeres son frecuentemente sometidas a interrogatorios sobre su sexualidad y que los medios de información publican notas en las que se asocia la detección del cáncer cérvico uterino a los exámenes de sexo servidoras y otras poblaciones de “alto riesgo”.
La utilización de términos como promiscuidad con un significado degradante y estigmatizante también son utilizados para referir un riesgo mayor de infección con el virus del papiloma humano. Es erróneo utilizar expresiones como enfermedad de transmisión sexual o venérea al hablar de la infección por el virus del papiloma humano y aún más, informar que el cáncer cérvico uterino es una enfermedad de transmisión sexual.
Entonces, por qué nos extrañamos de que no todas las mujeres acepten la detección del cáncer y que incluso sus parejas vean con desconfianza la práctica de los exámenes. En estos casos, la falla para mejorar la demanda de servicios preventivos se encuentra en la comunicación educativa.
La educación para la salud, involucra la creación de programas diseñados para mejorar el conocimiento sobre la salud y el desarrollo de habilidades que conducen a la salud individual y colectiva. Por lo tanto, no es sólo la transmisión de información en salud, se trata también de motivar y favorecer el desarrollo de facultades como la responsabilidad, la participación y la toma de decisiones con la finalidad de que las personas alcancen el máximo grado de adaptación y de autonomía, en el proceso de su salud. Esta capacidad de adaptación determinará la calidad de vida y la de su entorno. Por ejemplo, ante una enfermedad que ocasiona limitaciones físicas la persona cambia sus hábitos, puede volverse más dependiente, dejar de ir a la iglesia o de viajar. Salvo excepciones, no es cuestión de cambiar de hábitos sino de adaptar esta circunstancia a la nueva situación de salud: utilizar prótesis, aparatos ortopédicos, pedir apoyo familiar, estar bien informado sobre la enfermedad, saber con quien contactar y estar liberado de miedos o ideas erróneas no fundamentadas.